EL PARADIGMA ESPÍRITA PROFESOR JON AIZPÚRUA


"El Espiritismo, haciéndonos conocer el mundo invisible que nos rodea y en medio del cual vivimos, las leyes que lo gobiernan, sus relaciones con el mundo visible, la naturaleza y el estado de los seres que lo habitan y, en consecuencia, el destino del hombre después de la muerte, es una auténtica revelación en el sentido científico de la palabra" ALLAN KARDEC El mayor obstáculo para aceptar la realidad del espíritu no proviene de la carencia de pruebas, sino más bien de la creencia de que es imposible su existencia. Numerosos y eminentes investigadores psíquicos han llamado la atención sobre este fenómeno de orden psicológico y, con gran desconcierto por su parte, se han percatado de que ellos mismos lo reproducen. El caso del profesor CHARLES RICHET, que como sabemos, fue un reputado fisiólogo galardonado con el premio Nobel, y que se distinguió como un agudo, escéptico y persistente investigador de los hechos supranormales y mediúmnicos, ilustra el clásico ejemplo de un comportamiento prejuiciado y altamente condicionado por las opiniones de sus colegas. Después de haber realizado una serie de meticulosas sesiones con la médium EUSAPIA PALADINO, escribió lo siguiente: "Pero en este punto se hizo notar un curioso fenómeno psicológico. Noten que nos las vemos ahora con hechos observados pero que a pesar de todo, son absurdos, que están en contradicción con hechos de observación cotidiana y que son negados, no sólo por la ciencia, sino también por toda la humanidad; hechos que son rápidos y fugaces, que tienen lugar en la semioscuridad, y casi por sorpresa, sin más pruebas que el testimonio de nuestros sentidos, y sabemos que éstos a menudo son falibles. Después de haber presenciado tales hechos, todo coadyuva a que dudemos de ellos. Ahora bien, cuando estos hechos tienen lugar nos parecen ciertos y estamos dispuestos a proclamarlos, pero cuando recapacitamos, cuando todos nuestros amigos se ríen de nuestra credulidad, nos sentimos casi desarmados y empezamos a dudar. ¿No pudo haber sido todo una ilusión? ¿No habré sido embaucado? Y entonces, cuando el momento del experimento se hace más remoto, ese experimento que antes parecía tan concluyente se hace cada vez más incierto, y acabamos por dejarnos persuadir de haber sido víctimas de un truco." (1) (1) Traité de Métapsychique.Ob. cit.p. 651. La creencia en la imposibilidad de los fenómenos psíquicos de orden supranormal se forjó sobre todo como consecuencia de los éxitos obtenidos en el siglo XIX en las ciencias fisicoquímicas, tomando como base las leyes del movimiento establecidas por ISAAC NEWTON (1642-1727). Uno de los más destacados logros científicos del siglo fue la predicción de la existencia del planeta Neptuno, en base a sus efectos gravitatorios, antes de que fuera descubierto con los telescopios. La ciencia llegó a comprender una amplia variedad de fenómenos naturales al integrar en una teoría, aparentemente universal, del mundo físico un gran número de campos hasta entonces separados, tales como el calor, la luz, la electricidad y el magnetismo. Las atractivas ecuaciones expuestas por JAMES CLERK MAXWELL (1831-1879) proporcionaron la explicación acerca de la propagación del campo electromagnético que conduciría posteriormente a la invención de la radio. En sus aplicaciones tecnológicas, el creciente uso que hacía el hombre de sus conocimientos en la construcción de puentes, buques, fábricas y ferrocarriles, demostró también la firme base de su dominio sobre la naturaleza. Ya para finales del siglo XIX, algunos científicos llegaron a decir que su único temor era que parecía haber pocas, por no decir ninguna, lagunas de ignorancia todavía por explorar... En este clima de opinión, las personas más informadas creían que espacio, tiempo, masa, átomo, energía y otras nociones eran ya diáfanas y estaban ya bajo el pleno control de la ciencia. En último extremo, todo cuerpo estaba formado por unos átomos duros, similares a bolas de billar. Correspondía describir sus coordenadas espaciales y, al introducir el tiempo newtoniano, su velocidad podía expresarse con toda exactitud. La materia era indestructible: su forma podía cambiar de sólido a líquido o a gas, pero nunca podía desaparecer. También la energía era indestructible, aunque también ella podía cambiar de forma. Parecía también como si las funciones vitales de las plantas y de los animales pudieran reducirse en último término a procesos físicos y químicos. Y también el hombre empezaba a ser comprendido dentro de esos parámetros reduccionistas. Los fisiólogos y los neurólogos afirmaban la relación directa entre la mente y el cerebro. Las deficiencias en la personalidad o en las funciones mentales causadas por lesiones cerebrales de diversas clases llevaron a creer incluso que el concepto de "mente" era superfluo. Cada vez más los investigadores se adherían al "epifenomenismo", es decir, a la tesis que afirma que los procesos mentales eran apenas un efecto secundario de la actividad del cerebro, de modo que bastaba con entender la fisiología cerebral para comprender las funciones psíquicas o mentales. Y por lo que se refiere al espíritu, se rechazaba ese concepto tildándolo de anacrónico o anticientífico. Formalmente, se continuaba acatando la tradición religiosa en cuanto a la existencia del alma, pero la muerte era considerada como la extinción definitiva de la vida. No es de extrañarse, entonces, que en un ambiente de euforia materialista, los supuestos fenómenos estudiados por los espiritistas e investigadores psíquicos no encontraran lugar ni atención. Telepatía, clarividencia, precognición, psicocinesia, y otras expresiones de la paranormalidad resultaban inexplicables de acuerdo con el modelo del mundo vigente durante el siglo XIX. ¿Y qué decir de espíritus, comunicaciones a través de los médiums o reencarnación? Todas esas cosas eran imposibles según el saber oficial, y en su gran mayoría los científicos las ignoraban o las desdeñaban con generalizaciones en las que alegaban informes erróneos o fraudes, o bien las atribuían a la credulidad humana. Esa atmósfera escéptica y condenatoria va a mantenerse durante varias décadas y comienza a experimentar cambios significativos siguiendo un proceso acumulativo y sin solución de continuidad a lo largo del siglo veinte, que fue conduciendo a la ciencia a liberarse de la tutela mecanicista. Como bien ha comentado FRITJOF CAPRA, investigador de la Universidad de Berkeley, California, en El Punto de Mutación: "Una de las principales lecciones que los físicos tuvieron que aprender en este siglo fue el hecho de que todos los conceptos y teorías que usamos para describir la naturaleza son limitados" El nuevo clima de opinión se debe, en buena parte, a la convicción de que la imagen del Universo que reinaba en el siglo XIX ya no es válida. Y es, precisamente, desde el mundo de la física de donde provienen las transformaciones más radicales. En 1900, el físico alemán MAX PLANCK (1858-1947) formuló la hipótesis sobre la discontinuidad de la energía, creando la teoría cuántica y fundando así la física moderna. Un quantum es la unidad fundamental e indivisible de energía. Poco tiempo después, ALBERT EINSTEIN (1879-1955) enunció la teoría de la relatividad que modifica las leyes de la mecánica newtoniana e introduce la equivalencia entre masa y energía. Las entidades del Universo subatómico eluden los conceptos cotidianos y están relacionadas entre sí por una red de probabilidades matemáticas, cuyas reglas se adecúan a las leyes de la relatividad y de la cuántica. Los físicos del siglo XX han demolido la antigua estructura y en su lugar han pensado un modelo que ya no es tridimensional y que está dotado de propiedades tan increíbles, que a su lado el campo de lo paranormal se reconoce como algo habitual El principio de complementariedad se impuso a los físicos teóricos como una consecuencia directa de la naturaleza dual de las partículas subatómicas: a veces se comportan como partículas, a veces como ondas, y de este principio se derivan importantes secuelas en el campo de lo paranormal. El principio de incertidumbre presentado en 1927 por el físico WERNER HEISENBERG (1901-1976), señala que en el nivel de las partículas elementales no es posible medir simultánea y exactamente la posición y la velocidad de una partícula, o sea, cuando las magnitudes con que se trabaja son del orden de los cuanta, se pierde el determinismo clásico. El principio de la no localización informa que se producen nexos entre partículas o acontecimientos separados por grandes distancias, de un modo instantáneo sin que esté actuando un sistema intermediario. Está claro que los más diversos fenómenos psíquicos encuentran ubicación en la física relativista y cuántica. WERNER HEISEMBERG Se han desarrollado diversas escuelas de pensamiento para describir e interpretar las reacciones cuánticas. Una de ellas, la "escuela de Copenhague" organizada en torno del eminente físico danés NIELS BOHR (1885-1962), sugiere que el factor que provoca la detención de un sistema cuántico indeterminado en un solo estado es el acto de observación que realiza un observador consciente. Si las medidas fuesen tomadas por algún tipo de máquina no consciente, aún así estaría presente cada uno de los estados posibles hasta que un ser humano consciente hiciese la observación del sistema. De esta manera, la interpretación de Copenhague introduce la conciencia humana en el corazón de la física, al adjudicar al observador el papel de dar forma definida al caos de un estado cuántico indeterminado. De considerar al observador capaz de forzar al sistema cuántico hacia una forma definida, a preguntarle al observador si podría o no decidir el estado en particular en que debiera cuando lo observara hay sólo un paso. Allí se combinan acciones vinculadas a la telepatía, clarividencia, precognición y psicocinesia! Y es sorprendentemente hermoso que las declaraciones de los físicos acerca de la naturaleza de la realidad y del mundo sensorial se parecen cada vez más a las nociones sostenidas en las más diversas tradiciones esotéricas y espiritualistas. Unas pocas citas serían suficientes para confirmar esto: ARTHUR EDDINGTON (1882-1944), astrónomo inglés, expresó: "La materia del Universo es materia mental" LOUIS DE BROGLIE (1892-1987), físico francés, creador de la mecánica ondulatoria, premio Nobel de física en 1929, dijo: "En el espacio-tiempo todo lo que para uno de nosotros constituye el pasado, el presente y el futuro, aparece en un bloque". JEAN CHARON, físico moderno, señala en el prefacio de su brillante obra El Espíritu, este desconocido: "Para percibir de un modo completo y satisfactorio la estructura y las propiedades de ciertas partículas elementales, es necesario hacer intervenir un espacio-tiempo particular, presentando todas las características de un espacio-tiempo del Espíritu, acompañado de la materia bruta" En estrecha relación con los físicos cuánticos, los nuevos psicólogos nos están invitando a un cambio de actitud para que abramos nuestras mentes a otras realidades. Probablemente, KARL GUSTAV JUNG representa para el mundo de la psicología la misma experiencia revolucionaria que significaron PLANCK y EINSTEIN en la física, cuando colocó las bases para una interpretación espiritualista del hombre que privilegiase su naturaleza trascendente. Le seguirán, ABRAHAM MASLOW con su propuesta humanista; ROBERTO ASSAGIOLI fundando la psicosíntesis; STANISLAV GROF desarrollando las técnicas de la respiración holotrópica; CHARLES TART, KEN WILBER, DANIEL COLEMAN, ROBERT ORNSTEIN, pioneros de la psicología transpersonal; RAYMOND MOODY, MORRIS NETHERTON, EDITH FIORE, HELEN WAMBACH, abriendo paso con sus experiencias cercanas a la muerte y las regresiones a otras vidas. En esta nueva visión de la realidad, que muestra una nueva imagen del Universo y del hombre, ya no parece imposible que el mundo del espíritu pueda reconciliarse con la ciencia. Observando atentamente la evolución de los acontecimientos en la historia, es evidente que la civilización se encuentra hoy ante la presencia de nuevos paradigmas científicos que señalan al hombre perspectivas y horizontes diferentes. Paradigma es un término acuñado por el historiador y filósofo de la ciencia norteamericano THOMAS KUHN (1922-1996) en su obra La estructura de las revoluciones científicas, que alude a los sistemas conceptuales que dominan el pensamiento de las comunidades científicas durante períodos determinados de la evolución de la ciencia. Así, se podrían mencionar como ejemplos de paradigmas antiguos y modernos, la lógica aristotélica, la teoría heliocéntrica, el dualismo cartesiano, el evolucionismo darwiniano, la mecánica newtoniana, la relatividad einsteniana, etc. KUHN propuso la división de la ciencia en normal, elaborada por la comunidad científica y fundada en un paradigma que sirve de base a los avances posteriores, y anormal, que se produce como consecuencia del derrumbe del paradigma vigente, debido a la aparición de anomalías que no son satisfactoriamente explicadas. Esta situación de crisis finalmente se resuelve con la sustitución de un paradigma por otro nuevo. Los nuevos conceptos que se derivan de la física, la psicología o la parapsicología modernas, constituyen sin duda un nuevo paradigma que transforma sustancialmente la visión del hombre y del mundo, pero aun así, falta todavía allí un elemento central que explícitamente sea colocado en el centro del paradigma: el ESPÍRITU HUMANO, factor dinámico de la vida, preexistente al nacimiento y superviviente a la muerte, que progresa indefinidamente, en múltiples existencias, siguiendo la infinita trayectoria de su evolución cósmica. Y el Espiritismo la escuela de pensamiento que aborda de un modo más completo el estudio del espíritu y facilita el entendimiento de los principios y leyes que lo dirigen. Habiendo tenido su fundador y codificador en ALLAN KARDEC, hombre de ciencia y pensador profundo, que asumió plenamente su misión histórica y espiritual, se puede afirmar con toda naturalidad que el Espiritismo es un auténtico paradigma científico. La cultura y la pedagogía de KARDEC se muestran de cuerpo completo en toda su obra, para hacer del paradigma espírita un modelo admirablemente coherente y compatible con los desarrollos de la ciencia, ante los cuales, el Espiritismo se coloca en una actitud abierta para incorporar sus nuevos descubrimientos. Conforme a la visión kuhniana, el Espiritismo ha identificado problemas científicos legítimos, relacionados con "el estudio del origen, la naturaleza y el destino del espíritu y de sus relaciones con el mundo corporal"; presenta una metodología que permite llevar a cabo los experimentos científicos, apoyada en el intercambio mediúmnico con los espíritus y en una vasta fenomenología psíquica: y expone los más adecuados criterios para evaluar los datos obtenidos, guiándose por el análisis lógico y racional. Las aproximaciones hacia el conocimiento de la realidad espiritual que se consiguen desde la física cuántica, la psicología transpersonal, la parapsicología y las escuelas esotéricas, son valiosas e importantes, pero seguirán incompletas hasta que se sumen al paradigma kardeciano, que es la base natural y legítima de la Ciencia del Espíritu. Con el definitivo reconocimiento de los principios espíritas, culminará el proceso de sustitución del antiguo paradigma mecanicista-materialista y dogmático-religioso que dominó durante dos milenios de nuestra historia, y el mundo se abrirá al nuevo paradigma científico-espiritualista, que ya se otea en el horizonte del tercer milenio. Un paradigma que reúne ciencia y conciencia; que brilla por su disposición ecológica hacia el respeto y la preservación de la vida y de la naturaleza; por su visión holística, en la cual se concibe al hombre como una entidad dinámica e integrada de corte bio-psico-socio-espiritual. y por el impulso que brinda al comportamiento altruista, solidario y fraterno, dirigido a la edificación de un mundo hermoso, libre, justo, igualitario y amoroso, como el que han pensado y han soñado los seres que con su luz, con su ejemplo y con su esfuerzo han promovido la transformación de nuestra humanidad. ¡Cuando esto acontezca, se habrá cumplido la misión del Espiritismo! Extraído de la obra FUNDAMENTOS DEL ESPIRITISMO, del Profesor Jon Aizpúrua. Publicad por Ediciones CIMA. Caracas, Venezuela. 2000

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